Bueno, habrá que seguir con la historia….
Tras la San Martiño de 2010 decidí parar de correr para recuperar el tendón lo antes posible. Entrenar a medias y con dolor no satisfacía mis expectativas de paquetorro flipao y no tuve paciencia ni ganas para más. Creo que fue una buena decisión.
El segundo traumatólogo me recetó unas sesiones de fisio. Y yo me fui todo contento creyendo que unos masajes suaves y relajantes me pondrían a tono en menos de lo que duran las promesas electorales en campaña. Nadie me había contado nunca que un masaje de descarga es un sufrimiento solo comparable a depilarte las ingles a la cera. Además, me prohibió tajantemente la infiltración y yo, con una fe ciega en mi nuevo gurú de la medicina, cancelé la cita con el primer trauma.
Las primeras sesiones de fisio no fueron mal, sobre todo porque la actividad atlética se redujo a tres días de trote a la semana. Pero al pasar las 10 primeras sesiones, la cosa seguía más o menos igual y decidimos parar del todo. En el deporte, cuando las cosas no funcionan, suele echársele la culpa al entrenador y yo, como no podía echarme a mí mismo, la pagué con mi fisio y me fui a otro, pensando en que, tal vez acabasen por funcionar las cosas.
Diez sesiones más y la cosa en el mismo punto, iban unos 30 días de parón. Me vuelvo al trauma de la segunda vez y más fisio, que siga que eso no me hace mal, pero pide una resonancia y radiografías para estudiarlo más a fondo y darme una solución más concreta. Parece que el tío se interesa por mí y me lo tomo en serio – craso error – Pido cita para la resonancia y toca esperar unos 20 días. Mientras, sigo en el fisio y como la cosa no mejora parado, me recomienda empezar a alternar tramos de caminata con trote ligero… A ver.
Empiezo a trotar un poco aumentando los minutos de forma progresiva pero antes de llegar a 20’ seguidos, la cosa está más o menos como en noviembre y en enero vuelvo a parar del todo. Para rematarlo, la máquina de la resonancia se estropea y me retrasan la prueba una semana.
En febrero, 35 sesiones después, tengo mi resonancia y mis radiografías que dicen que tengo una peritendinitis aquílea y los peroneos para el arrastre. ¡Pero si esto no me dolía! De nuevo cita con el trauma para estudiar las alternativas…
Además, tanto tiempo de parón implicó que la tensión extra en los tendones me generase una fascitis plantar importante que casi no me dejaba estar de pie durante mi jornada laboral.
Tengo que decir que iba ilusionado a la consulta, estaba mentalizado para cualquier cosa que me dijera. Ahora tenía las pruebas conmigo y sólo tenía que aconsejarme un tratamiento, uno distinto, porque después de 40 sesiones de fisio y más 3 meses alejado de la carrera, estaba claro que seguir igual era una pérdida de tiempo. Pero no pasó nada, me dijo que siguiera igual, otras 10 sesiones más y que volviera por la consulta al terminarlas… A mis plantas del pie no les hizo ningún caso.
Ese día sí que me dio un bajón de los buenos… Descubrí, de la forma más brusca posible que con las lesiones, no podía dejarlo todo en manos de los profesionales sanitarios y que, si quería curarme era yo el que debía buscar una solución porque nadie, absolutamente nadie, estaba tan interesado en que eso ocurriese como yo.
Y lo hice, al mismo tiempo que alcanzaba las 50 sesiones de fisioterapia, consultaba a diario con el Dr. Google y sus ayudantes sobre cuáles eran las alternativas a mi problema. Tras una investigación exhaustiva decidí que la EPI y EL PRP eran los siguientes pasos a dar ya que prefería no oír ni hablar de cirugía.
En marzo se lo propuse directamente al trauma. Ya sé que no está bien meterse en el trabajo de los demás, pero como nuestra relación estaba estancada, alguno del os dos tenía que dar un paso o aquello acababa en ruptura. La respuesta fue que no estaba claro que ninguno de los dos métodos fuese a funcionar… (Como si el método actual estuviese haciendo algo) y que lo mejor era que consultase con un especialista en tobillo de una prestigiosa clínica madrileña que él mismo me recomendó. La cita con el especialista la pedí, pero ese mismo día decidí no volver más a esa consulta.
Hasta dentro de un mes no tenía cita en Madrid y no iba a estarme quieto esperando, busqué por internet un lugar donde utilizasen la EPI (que poco tenía que ver con barrio sésamo) y empecé el tratamiento en una clínica de Lugo. (Con g, no penséis que me pagan tanto en la escuela pública).
A la primera descarga eléctrica creo que casi pierdo el conocimiento, pero para las siguientes ya estaba un poco más mentalizado las soporté bien. Seguía un programa estricto de ejercicios y estiramientos para los tendones de Aquiles y para las plantas que, en poco tiempo fueron mi mayor problema.
Dos semanas después empecé a correr de nuevo. Estábamos más o menos en abril y habían pasado casi 6 meses… Había molestias aún, pero la cosa no pintaba mal y, de hecho, lo que más me molestaba ahora mismo eran las plantas de los pies.
Llegó la hora de la consulta con el sumun de la sabiduría tobillar. Pedí el día libre en el curro y me hice 500km en coche para llegar a la consulta a las 12:30, esperar un par de horas de retraso y volverme otros 500km tras una consulta de 5 minutos en la que, el máster del universo, me envió unos links a unos vídeos de Youtube con los ejercicios excéntricos que llevaba haciendo desde noviembre. Un crack, el tío… Menos mal que no llevaba las expectativas muy altas.
Dos semanas después corría cuatro días por semana y al cabo de un mes, en mayo, empecé a hacer algo más que rodar despacio. La temporada había acabado para mí dando un importante paso atrás en mi estado de forma pero, eso sí, dándome una importante lección a la hora de afrontar lesiones en el futuro.
En junio volvía a las carreras, con demasiados kilos y más lento que un combate entre Freezer y Songoku, pero estaba de vuelta. Una temporada en blanco, la próxima habría que recuperar el terreno perdido.
Feliz 2016 a tod@s!